PROPUESTA… Antonio Porpetta 1936 (Poeta español)
Hay que recuperar
el tacto de la fiebre y el color de las noches,
la antigüedad del bronce y el aroma del llanto,
el grito de las águilas y el sabor del silencio,
la timidez del aire.
Hay que recuperar
la humildad de los astros y el sonido del hambre,
los caminos sin fecha y la altivez del junco,
los muertos renacidos y el susurro del puma,
la niebla en los vitrales.
Hay que recuperar
las verdes madrugadas y la sombra del río,
las campanas más tiernas y las manos sin dueño
la semilla del agua y los pasos perdidos,
la danza de las naves.
Hay que hacer lo imposible por descubrir de nuevo
ese torpe milagro, ese absurdo prodigio,
esa hermosa miseria que llamamos la vida,
con todo su caudal de ardiente escalofrío.
El inicio
Era largo el amor bajo los pinos.
Pequeños como espigas, nuestros cuerpos
habían descubierto manantiales
de adelfas y jazmines
dormidos en la piel.
Los labios extendían
su hermosa dictadura
como si fueran ráfagas
de un viento inagotable,
y en la memoria el tiempo dispersaba
las primeras semillas de una lumbre
dulcísima y feroz.
Yo jugaba despacio con el rubio
milagro de sus trenzas,
modelaba en mis manos su ternura
hecha barro reciente y ofrecido.
Y ella, toda universo, me miraba,
duradera y fugaz, como una aurora.
Era largo el amor, y prodigiosas
aquellas horas lentas
tan repletas de luz, tan regresadas
a través de la lluvia.
Mas, ¿era aquello amor, o solamente
la vida que brotaba
fulgurante y sumisa ante nosotros?
Entonces no sabíamos
dónde estaba el secreto de los astros
y la respuesta anclada, lejanísima,
nunca rompió el sigilo.
Pero adentro, en las hondas
veredas de la sangre,
un ancho patrimonio de volcanes
resonaba .
(De “El clavicordio ante el espejo”, 1980.
el tacto de la fiebre y el color de las noches,
la antigüedad del bronce y el aroma del llanto,
el grito de las águilas y el sabor del silencio,
la timidez del aire.
Hay que recuperar
la humildad de los astros y el sonido del hambre,
los caminos sin fecha y la altivez del junco,
los muertos renacidos y el susurro del puma,
la niebla en los vitrales.
Hay que recuperar
las verdes madrugadas y la sombra del río,
las campanas más tiernas y las manos sin dueño
la semilla del agua y los pasos perdidos,
la danza de las naves.
Hay que hacer lo imposible por descubrir de nuevo
ese torpe milagro, ese absurdo prodigio,
esa hermosa miseria que llamamos la vida,
con todo su caudal de ardiente escalofrío.
El inicio
Era largo el amor bajo los pinos.
Pequeños como espigas, nuestros cuerpos
habían descubierto manantiales
de adelfas y jazmines
dormidos en la piel.
Los labios extendían
su hermosa dictadura
como si fueran ráfagas
de un viento inagotable,
y en la memoria el tiempo dispersaba
las primeras semillas de una lumbre
dulcísima y feroz.
Yo jugaba despacio con el rubio
milagro de sus trenzas,
modelaba en mis manos su ternura
hecha barro reciente y ofrecido.
Y ella, toda universo, me miraba,
duradera y fugaz, como una aurora.
Era largo el amor, y prodigiosas
aquellas horas lentas
tan repletas de luz, tan regresadas
a través de la lluvia.
Mas, ¿era aquello amor, o solamente
la vida que brotaba
fulgurante y sumisa ante nosotros?
Entonces no sabíamos
dónde estaba el secreto de los astros
y la respuesta anclada, lejanísima,
nunca rompió el sigilo.
Pero adentro, en las hondas
veredas de la sangre,
un ancho patrimonio de volcanes
resonaba .
(De “El clavicordio ante el espejo”, 1980.
Comentarios
Publicar un comentario