La Habana desde el recuerdo de sus hijos ausentes. Parte Quinta con Gilberto Dihigo.




- Abandonada a su dolor, hermosa, seductora e inolvidable La Habana lo conmueve siempre desde la distancia, porque por esa ecuación tal vez simplista de explicar lo inexplicable y que lo defiende ante el poder de la razón, La Habana es La Habana y no hay que decir más.
Detrás de ese nombre se encuentran las caricias tiernas e imborrables de la madre, el misterio del primer beso, los amigos de siempre, las carcajadas más despreocupadas y un sentimiento de pertenencia que lo acompaña en su paso por el mundo. Detrás de ese nombre se encuentran un torbellino de emociones frescas y primerizas, todas genuinas.
No es necesario cerrar los ojos para verla desafiante y cansada, envuelta dentro de esos azules verdosos del cielo, insinuada por un mar de aguas cálidas que a veces es quieto y sereno, otras tan furioso que causa temor su visible agresividad, pero al final siempre es hermoso. Su sonido inconfundible de ciudad musical, media negra, media blanca, es audible en los más remotos oídos, sus destellos invisibles que reclaman fidelidad son visibles dentro de los más remotos pensamientos, las más intricadas mentes de quienes salieron de su vientre.


¡! La Habana!.. maravillosa ciudad que fue amada desde que surgió, hoy en día con los signos visibles del transcurrir del tiempo en su fisonomía, exhibiendo jirones de un época feliz cuando solo decir su nombre la situaba dentro de las ciudades más famosas del mundo. Ahora solo le quedan los laureles y el orgullo por su belleza perdida.
La Habana es una suerte de retrato de Dorian Grey a la inversa, sólo vemos su entorno colorido con poderosas fachadas iluminadas en viejas postales, películas y fotos del pasado, porque La Habana real, esa Habana que entristece verla, muestra un rostro tan deteriorado y patético, tan distante del ayer, que siempre es preferible recordar la imagen idílica de sus vidrieras alumbradas, sus noches con lugares célebres que no dormían, que algunos reconocen en películas y otros vivieron con intensidad.


Pasear por el malecón, sentir en el rostro el aire fresco del mar o caminar por las callejuelas de la parte vieja de la ciudad repletas de historias centenarias, ascender por la vetusta escalinata de la Universidad y mirar hacia atrás y ver la línea hermosa que ofrece San Lázaro para indicar el mar o sencillamente llenarse los ojos por Quinta Avenida, son reflejos de la majestuosidad que asombra todavía al nuevo visitante y hace decir a boca llena: La Habana es La Habana.


 Un compañerito de la infancia, Rogelio Cordero, quien vive en Alemania sin saber que emborronaba cuartillas envió en un correo esta confesión sobre su también capital:
¡!!Cuantos recuerdos hermanos,  cuanta picaresca sana!!!!!
y hoy día nada cercanos de nuestra ciudad ...La Habana!!------
nuestras cabezas con canas de nostalgias van vestidas
 aún perdura en nuestras vidas ese recuerdo sagrado.
Y es que el recuerdo de La Habana, sus virtudes, la promesa de lo que ya no fue, su singularidad y porque no pluralidad, caminan por las calles de Nueva York, México, España, Miami, Suecia, China, Costa Rica, Japón, Paris, Bruselas, Argentina, Italia, en fin por todos los rincones del mundo donde un habanero plantó su sombra, ahí llegó, junto con él, la mística de su ciudad, esa que una poetisa llamó “señora de la gran llave”. La ciudad que necesitaba varias leyendas para saber su nombre y el cual algunos creen que viene de la palabra india “abana”, que significa “ella está loca”. ¿Será por eso que los habaneros son un poco locos?, quien sabe, pero todos saben que La Habana es La Habana y eso es suficiente como advertencia.


Tal vez hay mejores ciudades, porque no, tal vez unas sean más lindas, más confortables, mas dinámicas, nadie puede discutir eso. Sin embargo ninguna es como La Habana, pese a que ahora sus calles se encuentren deterioradas con los huecos del bombardeo del abandono, la mayoría de sus casas sin pintar, los edificios envejecidos debido al comején político que la colocó de manera siniestra en la ruta de una dimensión ruinosa que destruye poco a poco sus vestiduras.


Pese a todo esos males, La Habana no pierde su espíritu de saberse grande y que un día, no sabe cuándo, volverá a brillar como antes y entonces sus miles de hijos ya no tendrán la necesidad de pensar en la belleza de una ciudad del pasado y explicar lo inexplicable. A fin de cuentas La Habana es La Habana y no hace falta más.

Publicado 9th August 2011 por EL NIETO DEL MAMBI

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