La Habana en los recuerdos de sus hijos ausentes. Sexta Parte con Gini Miguez Lima



Yo no nací en La Habana, nació en un pueblito de la provincia de Matanzas, Jagüey Grande, mis padres me llevaron muy pequeña para la gran ciudad, porque La Habana, aunque muchos no lo crean, fue una gran ciudad.
De lo primero que me adueñe fue del mar, nunca recordaba haberlo visto aunque mi mama me aseguraba que si, no le creí  porque cuando estuve frente con frente a el, solo se me ocurrió preguntar si tenía fin para mí fue un descubrimiento muy grande porque estaba ante a un acontecimiento desmesurado a mis ojos y no podía explicármelo y empezaron mis asombros y mis misterios con los que todavía ando algo confundida y embelesada.

Este cuento es de una serie” Cuentos de amor, de travesuras y de misterios” Donde soy una protagonista adolescente que va descubriendo la vida a través del amor, mi tema favorito.

“La ciudad” (3)

El olor a azahar me perseguía a todas partes , estaba en las maletas parecía que me acompañaría a la gran ciudad... La Habana me abría sus brazos, pero el aroma se perdía poco a poco, quería retenerlo pero se me escapaba, se alejaba de mí, creo que fue lo primero que empecé a extrañar, no solo sentí que dejaba el olor a azahar, dejaba mi niñez, mis travesuras, mis muñecas, mis juegos infantiles, mis primeros garabatos en aquel primer cuaderno, mis mascotas...mis visitas a la casona de los Caiñas y sobre todo a mi príncipe, lograría olvidar su sonrisa, sus carcajadas mostrando unos dientes, no perfectos, estaban algo montados los del centro, muchos años después descubrí que eran como los de Richard Gere..
Todo se me iba desdibujando en la medida que el tren avanzaba con sus mujidos y su paso lento.

Iban conmigo las cosas que nunca he podido dejar atrás mis ilusiones, mis sueños, mis recuerdos y mis amores...el amor a todo lo que dejaba desde el grillo que insoportable la noche anterior me quitaba el sueño hasta al viejo Dámaso, que siempre cuando asomaba sus ojos y su voz por la ventana me asustaba y corría a esconderme detrás de la puerta hasta que se iba...

El Cristo de La Habana.
La Habana que linda la encontré, luces, anuncios, automóviles uno tras otro, edificios altos, los barrios, las calles, las avenidas, los parques. ¡Ay! Los parques, en mi pueblito había uno donde estaba la iglesia, el ayuntamiento, la escuela pública, pero estos eran diferentes sobre todo los del Vedado los que me rodeaban y me siguen persiguiendo porque siempre regreso a ellos cuando siento la necesidad de huir ...de esconderme, me siento en el viejo banco y a volar con mi imaginación... y vuelven a mi mente poemas que he leído de algún poeta olvidado en mi memoria, recuerdo uno" El viejo parque”, hasta rememoro algunos fragmentos..."Llego a la misma banca donde me senté aquella tarde, comienzo a comprobar que este hermoso lugar es el mismo, aun los desastres del tiempo no han logrado descubrir su escondite. .".La otra que me venía a la mente era "La calle de atrás."....creo que del mismo autor...comenzaba...” La calle de atrás siempre obedece a la nostalgia siempre está pendiente de la luz porque no llega el sol". Estos poemas me volvían a la evocación de mi pueblo.

Capitolio habanero
De pronto me doy cuenta que no estoy en el presente, me he ido al futuro. Esos poemas los leí mucho después. Nada a poner los pies sobre la tierra, Mariíta de nuevo al presente...las añoranzas cuando las necesites....no empieces a romper sueños, ya tendrás tiempo. Lo que ella no sabía entonces, que cuando los rompía los iba remendando con un zurcido sutil que aprendí de la abuela...

Parque Nacional Jose Marti

Oía la voz de mi madre:

-Acabas de llegar a la capital, mira -ese es el Parque Central ¿No ves a Martí?

-¿Y por qué no está montado en un caballo?

- Bueno hija, eso no lo sé –

Miré a mi mama y me extrañé que no supiera algo, seria ¿qué la gran ciudad estaba ejerciendo su magia? Y también a ella la envolvía en su atmosfera, en su aroma. Todo limpiecito ¿Quién me diría entonces que la amaría tanto, qué la haría mi ciudad, que recordaría hasta el ruido y las voces de sus calles, al chinito vendiendo maní? Otra traición al tiempo de la narración y se acabó el relato, nada de lágrimas.

Fuente de La India
-Estas pasando por el Parque Central, mira la fuente de la India, hija, esa historia si me la sé, te la hago en el hotel -menos mal pensé-

Lo otro fue el mar, nunca lo había visto, me paré frente a él y le pregunté a mi mamá, que ella si debía saberlo y aunque no lo hubiera visto nunca, estaría hablando del mar hasta que mi papá la mandara a callar.

- ¿No tiene fin? 

Porque me pareció infinito, no podía esconder mi asombro, mis ojos se perdían, los cerraba para que fueran más lejos buscando el final que nunca he encontrado, para mí no tiene fin, el color azul, supe que se lo daban las nubes, las olas, parecía una alucinada, no quería irme y aunque la primera impresión fue de miedo, me fui adueñado, lo fui incorporando a mis ojos y estuve mucho tiempo pensando en azul.

El castillo del Morro de La Habana frente al litoral.
 El mar estaba en todas partes ,creo que nunca se ha ido de mí, a veces aunque no esté en el horizonte yo lo veo, lo invento y me siento en el malecón caminando por el muro, oyendo los acordes de una guitarra o viendo a los enamorados mientras se mojan el rostro al besarse.

La Habana me había conquistado, atrás queda mi pueblito, my familia, mí primer amor y la prima Perica, ésa sí estuvo mucho tiempo torturándome la creía la asesina de la pobre señora Fita Verdecía, que creo también tenía un parentesco lejano con nosotros los Fernández de la Vega, porque era su segundo apellido.

Monumento Calixto García
Cuando volvía la vista atrás, mi pueblito lo empezaba a ver en blanco y negro, claro con una excepción.... el muy a mi pesar era el dueño de mi alma, sentía su presencia, sus ojos mirándome, ahora diferente, era la mirada que quiere ocultar su deseo. No, no pude, salía directa a mis ojos y de ahí sentía que me recorría todo el cuerpo, por lo menos eso era lo que pensaba entonces. Se adueñaba de mí, estaba en todas mis cosas en mis cuadernos, en cada hoja había escrito su nombre, pintaba corazoncitos infantiles como una tonta. Cuando me ponía a estudiar Latín, como no me gustaba, lo dejaba entrar, hasta pensé que sabía más Latín que yo .Un día se lo comenté a mi mamá que vino a verme:

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