Los personajes galdosianos y su conocimiento del ser humano.
Benito Pérez Galdós. Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920. |
Una excelente caricatura del personaje Don Mauro Requejo nos regala don Benito Pérez Galdós de uno de sus personajes más mezquino de sus Episodios Nacionales donde el novelista es un verdadero artífice de la narración en la descripción de sus personajes tanto de los positivos como de los negativos, ahí está su genio novelesco en todo su esplendor. DISFRUTEMOSLO.43 - Madrid, 1920) Novelista, dramaturgo y articulista español
La cara de D. Mauro Requejo era redonda como una muestra de reló: no estaba en su sitio la nariz, que se inclinaba de un hemisferio buscando el carrillo siniestro que por obra y gracia de cierto lobanillo era más luminoso que su compañero. Los ojos verdosos y bien puestos bajo cejas negras y un poco achinescadas, tenían el brillo de la astucia, mientras que su boca, insignificante si no la afearan los dos o tres dientes carcomidos que alguna vez se asomaban por entre los labios, tenía todos los repulgos y mohínes que el palurdo marrullero estudia para engañar a sus semejantes. La risa de D. Mauro Requejo era repentina y sonora: en la generalidad de las personas este fenómeno fisiológico empieza y acaba gradualmente, porque acompaña a estados particulares del espíritu, el cual no funciona, que sepamos, con -29- la rigurosa precisión de una máquina. Muy al contrario de esto, nuestro personaje tenía, sin duda, en su organismo un resorte para la risa, de la cual pasaba a la seriedad tan bruscamente como si un dedo misterioso se quitara de la tecla de lo alegre para oprimir la de lo grave. Yo creo que él en su interior pensaba así, «ahora conviene reír»; y reía
La cara de D. Mauro Requejo era redonda como una muestra de reló: no estaba en su sitio la nariz, que se inclinaba de un hemisferio buscando el carrillo siniestro que por obra y gracia de cierto lobanillo era más luminoso que su compañero. Los ojos verdosos y bien puestos bajo cejas negras y un poco achinescadas, tenían el brillo de la astucia, mientras que su boca, insignificante si no la afearan los dos o tres dientes carcomidos que alguna vez se asomaban por entre los labios, tenía todos los repulgos y mohínes que el palurdo marrullero estudia para engañar a sus semejantes. La risa de D. Mauro Requejo era repentina y sonora: en la generalidad de las personas este fenómeno fisiológico empieza y acaba gradualmente, porque acompaña a estados particulares del espíritu, el cual no funciona, que sepamos, con -29- la rigurosa precisión de una máquina. Muy al contrario de esto, nuestro personaje tenía, sin duda, en su organismo un resorte para la risa, de la cual pasaba a la seriedad tan bruscamente como si un dedo misterioso se quitara de la tecla de lo alegre para oprimir la de lo grave. Yo creo que él en su interior pensaba así, «ahora conviene reír»; y reía
Es sorprendente ver cómo se muestra ante los
demás y cómo es en realidad, este personaje galdosiano Doña Perfecta uno de los
más pérfidos de su mundo novelesco, da la medida del conocimiento que tenía el
autor del género humano.
(...) Doña Perfecta era hermosa, mejor dicho,
era todavía hermosa, conservando en su semblante rasgos de acabada belleza. La
vida del campo, la falta absoluta de presunción, el no vestirse, el no
acicalarse, el odio a las modas, el desprecio de las vanidades cortesanas, eran
causa de que su nativa hermosura no brillase o brillase muy poco. También la
desmejoraba la intensa amarillez de su rostro, indicando una fuerte
constitución biliosa.
Negros y rasgados los ojos, fina y delicada
la nariz, ancha y delicada la frente, todo observador la consideraba como
acabado tipo de la humana figura; pero había en aquellas facciones una cierta
expresión de dureza y soberbia que era causa de antipatías, Así como otras
personas, aun siendo feas, llaman, doña Perfecta despedía. Su mirar, aún
acompañado de bondadosas palabras, ponía entre ella y las personas extrañas la
franqueable distancia de un respeto receloso; Mas para los de casa, es decir,
para sus deudos, parciales y allegados, tenía una singular atracción. Era
maestra en dominar, y nadie la igualó en el arte de hablar el lenguaje que mejor
cuadraba a cada oreja.
Su hechura biliosa, y el comercio excesivo
con personas y cosas devotas, que exaltaban sin fruto ni objeto su imaginación,
habíanla envejecido prematuramente, y siendo joven, no lo parecía. Podría
decirse de ella que con sus hábitos y su sistema de vida se había labrado una
corteza, un forro pétreo, insensible, encerrándose dentro, como el caracol en
su casa portátil. Doña Perfecta salía pocas veces de su concha. Sus costumbres
intachables y la bondad pública que hemos observado en ella desde el momento de
su aparición en nuestro relato, eran causa de su gran prestigio en Orbajosa.
Sostenía además relaciones con excelentes damas de Madrid, y por este medio
consiguió la destitución de su sobrino.
De su novela Marianela, veamos la excelente descripción
que nos ofrece ahora de uno de sus personajes positivos.
Teodoro Golfín es como el hombre ideal para
la novela de Galdós, simpático, inteligente y con un carisma asombroso y con un
trabajo decente. Médico de ojos.
Era un hombre de facciones bastas, de
fisonomía tan inteligente como sensual, labios gruesos, pelo negro y erizado,
mirar centelleante, naturaleza incansable, constitución fuerte, si bien algo
gastada por el clima americano. Su cara, grande y redonda; su frente huesuda,
su melena rebelde, aunque corta; el fuego de sus ojos, sus gruesas manos,
habían sido motivo para que dijeran de él: es un león negro. En efecto, parecía
un león, y, como el rey de los animales, no dejaba de manifestar a cada momento
la estimación en que a sí mismo se tenía. Pero la vanidad de aquel hombre
insigne era la más disculpable de todas las vanidades, pues consistía en sacar
a relucir dos títulos de gloria, a saber: su pasión por la Cirugía y la
humildad de su origen. Hablaba, por lo general incorrectamente, por ser incapaz
de construir con gracia y elegancia las oraciones. Sus frases, rápidas y
entrecortadas, se acomodaban a la emisión de su pensamiento, que era una
especie de emisión eléctrica. Muchas veces, Sofía, al pedirle su opinión sobre
cualquier cosa, decía: A ver lo que piensa de esto la Agencia Havas.
Teodoro Golfín es una persona que confía en su suerte y se guía por ella.
Teodoro Golfín es una persona que confía en su suerte y se guía por ella.
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