"Rayuela": el lector como protagonista.
Esta musa metafísica sigue cautivando generaciones de mujeres que viven bajo el eterno complejo de "La Maga". |
Todas querían ser esa mujer despeinada que nadaba en ríos metafísicos,
mientras, expectante, los ojos de Oliveira esperaban que el azar estuviera de su lado
para ver su silueta cruzar el Pont des Arts. Ella era capaz de romper los puentes parisinos
con sólo cruzarlos.
"Y así me había encontrado con la Maga, que era mi testigo y mi espía sin saberlo, y la irritación de estar pensando en todo eso y sabiendo que como siempre me costaba mucho menos pensar que ser, que en mi caso el ergo de la frasecita no era tan ergo ni cosa parecida, con lo cual así íbamos por la orilla izquierda, la Maga sin saber que era mi espía y mi testigo, admirando enormemente mis conocimientos diversos y mi dominio de la literatura y hasta del jazz 'cool', misterios enormísimos para ella. Y por todas esas cosas yo me sentía antagónicamente cerca de la Maga, nos queríamos en una dialéctica del imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared. Supongo que la Maga se hacía ilusiones sobre mí, debía creer que estaba curado de prejuicios o que me estaba pasando a los suyos, siempre más livianos y poéticos. En pleno contento precario, en plena falsa tregua, tendí la mano y toqué el ovillo París, su materia infinita arrollándose a sí misma, el magma del aire y de lo que se dibuja en la ventana, nubes y buhardillas; entonces no había desorden, entonces el mundo seguía siendo algo petrificado y establecido, un juego de elementos girando en sus goznes, una madeja de calles y árboles y nombres y meses. No había un desorden que abriera puertas al rescate, había solamente suciedad y miseria, vasos con restos de cerveza, medias en un rincón, una cama que olía a sexo y a pelo, una mujer que me pasaba su mano fina y transparente por los muslos, retardando la caricia que me arrancaría por un rato a esa vigilancia en pleno vacío. Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad. La Maga no sabía que mis besos eran como ojos que empezaban a abrirse más allá de ella, y que yo andaba como salido, volcado en otra figura del mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la negaba".
mientras, expectante, los ojos de Oliveira esperaban que el azar estuviera de su lado
para ver su silueta cruzar el Pont des Arts. Ella era capaz de romper los puentes parisinos
con sólo cruzarlos.
"Y así me había encontrado con la Maga, que era mi testigo y mi espía sin saberlo, y la irritación de estar pensando en todo eso y sabiendo que como siempre me costaba mucho menos pensar que ser, que en mi caso el ergo de la frasecita no era tan ergo ni cosa parecida, con lo cual así íbamos por la orilla izquierda, la Maga sin saber que era mi espía y mi testigo, admirando enormemente mis conocimientos diversos y mi dominio de la literatura y hasta del jazz 'cool', misterios enormísimos para ella. Y por todas esas cosas yo me sentía antagónicamente cerca de la Maga, nos queríamos en una dialéctica del imán y limadura, de ataque y defensa, de pelota y pared. Supongo que la Maga se hacía ilusiones sobre mí, debía creer que estaba curado de prejuicios o que me estaba pasando a los suyos, siempre más livianos y poéticos. En pleno contento precario, en plena falsa tregua, tendí la mano y toqué el ovillo París, su materia infinita arrollándose a sí misma, el magma del aire y de lo que se dibuja en la ventana, nubes y buhardillas; entonces no había desorden, entonces el mundo seguía siendo algo petrificado y establecido, un juego de elementos girando en sus goznes, una madeja de calles y árboles y nombres y meses. No había un desorden que abriera puertas al rescate, había solamente suciedad y miseria, vasos con restos de cerveza, medias en un rincón, una cama que olía a sexo y a pelo, una mujer que me pasaba su mano fina y transparente por los muslos, retardando la caricia que me arrancaría por un rato a esa vigilancia en pleno vacío. Demasiado tarde, siempre, porque aunque hiciéramos tantas veces el amor la felicidad tenía que ser otra cosa, algo quizá más triste que esta paz y este placer, un aire como de unicornio o isla, una caída interminable en la inmovilidad. La Maga no sabía que mis besos eran como ojos que empezaban a abrirse más allá de ella, y que yo andaba como salido, volcado en otra figura del mundo, piloto vertiginoso en una proa negra que cortaba el agua del tiempo y la negaba".
Fragmento del capítulo 2 de "Rayuela", Julio Cortázar.
Horacio Oliveira. Es el protagonista de la historia. De origen argentino, tiene entre 40 y 45 años de edad. Se caracteriza por saber de un sinnúmero de temas. Fue a París a estudiar, pero no lo hace. Trabaja ayudando a organizar correspondencia. Tiene un hermano, abogado, que vive en Rosario (Argentina). Está en una búsqueda constante, pero ―según Ossip Gregorovius, otro personaje de la novela― «… uno tiene la sensación de que ya llevás en el bolsillo lo que andás buscando».
La Maga( Lucia. Es la protagonista de la historia. Nacida en Uruguay, viajó a París con su hijo Rocamadour. Se caracteriza por ser distraída y por no tener los conocimientos de sus compañeros y amigos, situación que en ciertas ocasiones la hace sentirse de menos («es tan violeta ser ignorante»). Sin embargo, su ingenuidad y su ternura más de una vez son envidiadas por los integrantes del Club de la Serpiente. Lo que más envidia Oliveira de la Maga es su forma de ver las cosas: ella «nada en el río, mientras él lo mira de lejos».
―Yo no me sé expresar ―dijo la Maga secando la cucharita con un trapo nada limpio―. A lo mejor otras podrían explicarlo mejor, pero yo siempre he sido igual: es mucho más fácil hablar de las cosas tristes que de las alegres.
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