"De cuentos de amor , de travesuras y misterios. "La gata Teresa. ( 2 )



No había una vez porque hubo muchas veces en que cuando llegaba a la casona de las afueras de los Caiñas, allí estaba la gata majestuosa y algo insolente en el butacón que había pertenecido a la señora Fita Verdecia, que en gloria esté, cuando aquella historia aún no se había convertido en cuento , no tenía claro eso de que en gloria esté, para mí eso significaba que ya no estaba entre los vivos, estaba muerta y eso si era un misterio, el muerto siempre me ha causado y aun me causa temor, es como si pasara a otra esfera de la vida  desconocido, llena de enigmas y extrañezas, todas inventadas y diferentes que son las mejores o por lo menos las que susto causan. Bueno, se suponía que la buena señora estaba en la gloria y su gata Teresa quedó al otro lado y ocupaba su sillón y hasta un lado de la cama de Edmundo Caiñas, a mí no me lo crean pero eso se comentaba entre los parroquianos que buscaban historias para alargar los días y entretener sus horas.

Yo, al principio pensé que se trataba de un peluche, hasta un día que fui a quitarlo para sentarme en misterioso mueble, si en aquella casona hubiera habido alarma como ahora que por cualquier cosa suena, por lo menos la mía,  estoy segura que todavía quedaría algún ruido en mis oídos, todos, todos como en el teatro al acorde de alguna nota de la orquesta gritaron:

Yo que nunca he dejado de ser novelera recordaba La Ilíada de Homero que a la sazón estudiaba en el PRE, al referirse a sus héroes, a Aquiles, el de los pies ligeros, Zeus el que lleva la égida.

- Nooo… No…!
-  El señor Mundo salió a la terraza y cargó con la gata a sus habitaciones, Perica se quedó muda y ronroneaba, no era solo un alumbran de mi imaginación, la gata aquella y ella tenían un secreto en común. Cuando al fin dejó de ronronear, salió como en un silbido de entre sus labios:

 - La gata de la señora Fita-  y el epíteto que nunca faltó mientras quedara algún vestigio de que la señora no se había ido del todo  “que en gloria esté’.

Yo que nunca he dejado de ser novelera recordaba La Ilíada de Homero que a la sazón estudiaba en el PRE, al referirse a sus héroes, a Aquiles, el de los pies ligeros, Zeus el que lleva la égida.

La gata Teresa era azul, azul oscuro algo así como cuando el negro se queda sin completarse, en un tono azul fuerte, los ojos, todos decían que eran del color de los ojos de la difunta, también azules, yo siempre los vi verdes como los de Perica que cuando hago esta historia también debe estar en la gloria, aunque dicen las malas lenguas que ella fue quien mandó a la gloria a la pobre señora que según mi madre esa si era una santa y las santas van al cielo y su paso por la tierra es breve., ahora el paradero de la fea prima es incierto, mi madre hace la señal de la cruz cuando la menciona, por si acaso, aunque se dé buena tinta que al morir la prima le dedicó algunos rezaitos y rosarios por su alma. Ella siempre se quedó con la duda acerca de la muerte de la dueña de la gata aunque a mí me lo negara porque sabía lo que yo sentía por el viudo, lo respiraba todo a su alrededor como un galgo.

Todavía no había leído Teresa Raquin cuando cuento esta historia pero mi imaginación no me engañaba, aquella gata , era la señora Fita VerdecIa que estaba allí para mirarlo todo, muda y aruña como si les pasara la cuenta a los que la habían mandado para la otra vida .No se había ido del todo, porque su dueña vivía dentro de la gata Teresa, por eso a nadie se extrañó cuando un día se ahogó en la bañadera cuando Perica le hacía el aseo dominical y eso de las siete vidas pasó a hacerse leyenda, cuentan que se ahogó con un jarrito de agua que la prima de mi madre le echaba por el lomo. Los arañazos que dejo el animalito en la cara de la mujer misteriosa que ocupaba todos los espacios que había dejado la dueña de la casona, duraron semanas y meses, cuentan que al morir se recrudecieron en su rostro y hubo hasta el que dijo que las huellas habían marcado las iniciales de la difunta FV…
El butacón permaneció vacío por mucho tiempo hasta que un día, vimos a la siniestra prima ocuparlo y  su porte gatuno era la señal que en aquella casa la gata Teresa no había muerto del todo y que la señora Fita no estaba en el cielo.


Imagen: Maga, mi gatica azul.

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