"Mansamente, insoportablemente, me dueles." Jaime Sabines.


Si hay un poeta que llega a todas las fibras del ser humano es Sabines, el mexicano que nació el 25 de marzo de 1926 en Tuxtla Gutiérrez, estado de Chiapas, hijo de un inmigrante libanés. Cursó estudios de Medicina y Letras en la Universidad Nacional.
Como escritor y poeta obtuvo varios premios, el Premio Nacional de Literatura entre otros. Además participó en la vida política de su tierra mexicana.



Jaime Sabines falleció en Ciudad de México el 19 de marzo de 1999. "Su última voluntad fue que enterraran su cuerpo junto al de sus padres, el mayor Sabines y doña Luz, quienes descansan en el Panteón Jardín de la Ciudad de México".

Hoy traigo un poema que es un relato, no sabría decir si se trata de un hecho autobiográfico, bien podría serlo por la forma en que el poeta lo va conformando y los sentimientos compartidos entre el autor y los lectores que lo siguen porque el asunto logra engancharnos y ¿por qué no? Lo sentimos nuestro, llega a rincones insospechados, a pesar de tratarse de un acontecimiento cotidiano de la vida doméstica que ocurre a cada momento en todas las familias, duele.


Este relato escrito en estrofas es de una  espontaneidad que desborda una ternura que nos  estremece y el recuerdo nos llega con un dolor diferente, es ese dolor que dejan los recuerdos y las nostalgias que llegan de pronto y de alguna manera nos pasan de nuevo la cuenta cuando se nos va un ser querido que con su partida descubrimos todo lo que la queríamos y lo necesaria que fue para nuestras vidas.  Hay que leerlo, nos traerá otros recuerdos similares que nos llegaran sin el desgarramiento del momento fuera de estas estrofas que nos atrapó y reflexionares y una vez más bendeciremos al gran poeta que se mete dentro y descubre nuestras intimidades y remueve recuerdos que yacen aparentemente olvidados pero que nos sacudieron y nos despertaron al tema de la muerte cuando la sentimos cerca y duele.


TÍA CHOFI
Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi,
pero esa tarde me fui al cine e hice el amor.
yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta
con tus setenta años de virgen definitiva,
tendida sobre un catre, estúpidamente muerta.
Hiciste bien en morirte, tía Chofi,
porque no hacías nada, porque nadie te hacía caso,
porque desde que murió abuelita, a quien te consagraste,
ya no tenías qué hacer y a leguas se miraba
que querías morirte y te aguantabas.
¡Hiciste bien!
Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos,
porque te quise a tu hora, en el lugar preciso,
y harto sé lo que fuiste, tan corriente, tan simple,
pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste.
Te siento tan desamparada,
tan sola, sin nadie que te ayude a pasar la esquina,
sin quien te de un pan!
Me aflige pensar que estás bajo la tierra
tan fría de Berriozábal,
sola, sola, terriblemente sola,
como para morirse llorando.
Ya sé que es tonto eso, que estás muerta,
que más vale callar,
pero qué quieres que haga si me conmueves más que el presentimiento de tu muerte?
Ah, jorobada tía Chofi,
me gustaría que cantaras
o que contaras el cuento de tus enamorados.
Los campesinos que te enterraron sólo tenían
tragos y cigarros,
y yo no tengo más.
Ha de haberse hecho el cielo ahora con tu muerte,
y un Dios justo y benigno ha de haberte escogido.
Nunca ha sido tan real eso en lo que creíste.
Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida
a todos. Pedías para dar, desvalida.
Y no tenías el gesto agrio de las solteronas
porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos.
En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida
te repetías incansablemente
Y eras la misma cosa siempre.
Fácil, como las flores del campo
con que las vecinas regaron tu ataúd,
nunca has estado tan bien como en ese abandono de la muerte.

Sofía, virgen, antigua, consagrada,
debieron enterrarte de blanco
en tus nupcias definitivas.
Tú que no conociste caricia de hombre
y que dejaste llegaran a tu rostro arrugas antes que besos,
tú, casta, limpia, sellada,
debiste llevar azahares tu último día.
Exijo que los ángeles te tomen
y te conduzcan a la morada de los limpios.
Sofía virgen, vaso transparente, cáliz,
que la muerte recoja tu cabeza blandamente
y que cierre tus ojos con cuidados de madre
Mientras entona cantos interminables.
Vas a ser olvidada de todos
como los lirios del campo,
como las estrellas solitarias;
pero en las mañanas, en la respiración del buey,
en el temblor de las plantas,
en la mansedumbre de los arroyos,
en la nostalgia de las ciudades,
serás como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta.

Sofía virgen, desposada en un cementerio de provincia,
con una cruz pequeña sobre tu tierra,
estás bien allí, bajo los pájaros del monte,
y bajo la yerba, que te hace una cortina para mirar al mundo.
La señal (1951)




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