Cinco escritores hispanos, adentrarse en sus lecturas es un privilegio.
Tomado del libro “Instinto de Inez”, 2001.
#Fragmento
—¿Oyes a las lechuzas?
—No, el motor hace mucho ruido.
Gabriel río. —El signo del buen músico es saber escuchar muchas cosas al mismo tiempo y ponerle atención a todas ellas. Que oyera bien a las lechuzas. Eran no sólo las vigías nocturnas del campo, sino sus afanadoras.
—¿Sabías que las lechuzas capturan más ratones que cualquier ratonera? —afirmó, más que preguntó, Gabriel.
—Entonces para qué trajo Cleopatra sus gatos del Nilo a Roma —dijo ella sin énfasis.
Ella pensó que acaso valdría la pena tener lechuzas en casa como celosas amas de llaves. Pero, ¿quién podría dormir con ese ulular perpetuo del ave nocturna?
Ella prefirió entregarse, durante el trayecto de Londres al mar, a la visión de la luna que brillaba plenamente esa noche, como para auxiliar a la aviación alemana en sus incursiones. La luna no era desde ahora excusa romántica. Era el faro de Luftwaffe. La guerra cambiaba el tiempo de todas las cosas pero la luna insistía en contar el paso de las horas y éstas no dejaban, a pesar de todo, de ser tiempo y acaso tiempo del tiempo, madre de las horas… Si no hubiera luna, la noche sería el vacío. Gracias a la luna, la noche se iba dibujando como un monumento. Cruzó la carretera un zorro plateado, más veloz que el automóvil.
Gabriel frenó y agradeció la carrera del zorro y la luz de la luna. Un viento pausado y murmurante corría por el páramo de Durnover y mecía ligeramente los alerces derechos y delgados cuyas hojas blandas de color verdegay parecían señalar hacia la espléndida construcción del circo lunar de Casterbridge.
Le dijo a ella que la luna y el zorro se habían confabulado para detener la velocidad ciega del automóvil e invitarlos —descendió, abrió la puerta, le ofreció la mano a la mujer— a llegar juntos al coliseo abandonado por Roma en medio del yermo británico, abandonado por las legiones de Adriano, abandonadas las bestias y los gladiadores que murieron olvidados en las celdas subterráneas del Circo de Casterbridge.
—¿Oyes el viento? —preguntó el maestro.
—Apenas —dijo ella.
—¿Te gusta este sitio?
—Me sorprende. Jamás imaginé algo así en Inglaterra.
—Podríamos ir un poco más lejos, al norte de Casterbridge, hasta Stonehenge, que es un vasto círculo prehistórico, con más de cinco mil años de edad, en cuyo centro se levantan, alternados, pilares y obeliscos de arenisca y cobre antiguo. Es como una fortaleza del origen. ¿Lo oyes?
—¿Perdón?
—¿Oyes el lugar?
—No. Dime cómo.
—¿Quieres ser cantante, una gran cantante?
Ella no contestó.
—La música es la imagen del mundo sin cuerpo. Mira este circo romano de Casterbridge. Imagina los círculos milenarios de Stonehenge. La música no los puede reproducir porque la música no copia el mundo. Tú escucha el perfecto silencio de la llanura y si aguzas el oído convertirás al Coliseo en la caja de resonancia de un lugar sin tiempo. Créeme que cuando dirijo una obra como el Fausto de Berlioz, renuncio a medir el tiempo. La música me da todo el tiempo que necesito. Los calendarios me sobran.
La miró con sus ojos negros y salvajes a esa hora y se sorprendió de que la luna volviese transparentes los párpados cerrados de la mujer que lo escuchaba sin decir palabra.
( 2 ) Ana María Shua (1951).
Escritora argentina.
Si nunca me extravié en el jardín de los senderos que se bifurcan es porque fui fiel al antiguo proverbio que exige: en la encrucijada, dividete. Sin embargo, a veces me pregunto, la felicidad, ¿no es elegir y perderse?
( 3 ) Por Federico García Lorca, al inaugurarse la biblioteca de su pueblo.
Federico García Lorca.
Septiembre de 1931.
Locución al Pueblo de Fuente de Vaqueros, Granada.
Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre', piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión
Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.
No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros.
¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: "amor, amor", y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: "¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!". Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura'. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.
Empieza el llanto de la guitarra. Se rompen las copas de la madrugada. Empieza el llanto de la guitarra. Es inútil callarla.Es imposible callarla.
Llora monótona como llora el agua, como llora el viento sobre la nevada es imposible callarla,
llora por cosas lejanas.
Arena del Sur caliente que pide camelias blancas. Llora flecha sin blanco, la tarde sin mañana,
y el primer pájaro muerto sobre la rama ¡Oh guitarra!
Corazón malherido por cinco espadas.
LA SEGUIRILLA GITANA -Cante Jondo
autor: Federico García Lorca
( 4 ) Pedro Mairal (1970). Escritor argentino.
Fragmento de "La Uruguaya".
"Entonces escribí el mail que vos encontraste más tarde:
«Guerra, estoy yendo. ¿Podés a las 2?»
Nunca dejaba mi correo abierto. Jamás. Era muy cuidadoso con eso. Me tranquilizaba sentir que había una parte de mi cerebro que no compartía con vos. Necesitaba mi cono de sombra, mi traba en la puerta, mi intimidad, aunque solo fuera para estar en silencio. Siempre me aterra esa cosa siamesa de las parejas: opinan lo mismo, comen lo mismo, se emborrachan a la par, como si compartieran el torrente sanguíneo. Debe haber un resultado químico de nivelación después de años de mantener esa coreografía constante.
Mismo lugar, mismas rutinas, misma alimentación, vida sexual simultánea, estímulos idénticos, coincidencia en temperatura, nivel económico, temores, incentivos, caminatas, proyectos... ¿Qué monstruo bicéfalo se va creando así? Te volvés simétrico con el otro, los metabolismos se sincronizan, funcionás en espejo; un ser binario con un solo deseo. Y el hijo llega para envolver ese abrazo y sellarlos con un lazo eterno. Es pura asfixia la idea.
Digo «la idea» porque me parece que los dos luchamos contra eso a pesar de que la inercia nos fue llevando. Ya mi cuerpo no terminaba en la punta de mis dedos; continuaba en el tuyo. Un solo cuerpo. No hubo más Catalina ni más Lucas. Se pinchó el hermetismo, se fisuró: yo hablando dormido, vos leyéndome los mails... En algunas zonas del Caribe las parejas le ponen al hijo un nombre compuesto por los nombres de los padres. Si hubiéramos tenido una hija, se podría llamar Lucalina, por ejemplo, y Maiko podría llamarse Catalucas. Ése es el nombre del monstruo que éramos vos y yo cuando nos trasbasábamos en el otro. No me gusta esa idea del amor. Necesito un rincón privado. ¿Por qué miraste mis mails? ¿Estabas buscando algo para empezar la confrontación, para finalmente cantarme tus verdades? Yo nunca te revisé los mails. Ya sé que dejabas tu casilla siempre abierta, y eso me quitaba curiosidad, pero no se me ocurría ponerme a leer tus cosas".
( 5) Eliseo Diego (1920-1994).
Poeta cubano.
Mi nombre es Eliseo Diego. Soy, de oficio, poeta, es decir: un pobre diablo a quien no le queda más remedio que escribir en renglones cortos que se llaman versos. Y lo hago no por vanidad o por el deseo de brillar, o qué sé yo, sino por necesidad, porque no me queda más remedio que escribir estas cosas que se llaman poemas.
Tomado del libro "Cuentos elegidos"
¡Ayayayay! Hay que velar la velada. El Tío Pedro y la Tía Águeda, su mujer, están sentados en un rincón, mientras su hija Consuelito baila por alguna parte. Una cinta de colores vivos desciende hasta la ancha nariz del Tío Pedro y lo incomoda. Al tío se le ha muerto, por la tarde, una muela.
Las máscaras de risas rígidas pasan saludando con sus vocecillas mecánicas. "¿Cuál es Consuelito —piensa el Tío Pedro—, Consuelito disfrazada de madama?" A las doce de la noche fallece el carnaval, se quitan las máscaras, se dan los premios. El Tío Pedro podrá irse en paz a llorar su pérdida, que siente, en los huesos de la quijada, como una irreparable y dolorosa ausencia.
¿Cómo ha sucedido? La cinta de colores, desprendida, se la ha enredado amorosamente en la calma. Hay un corro en torno suyo de gentes que llevan, como si dijésemos, sus caras en las manos, que gritan y ríen en un rabioso regocijo. De la selva de brazos que gesticulan se desprende, agudo, incisivo, un índice que señala inflexible al Tío Pedro. Una voz insegura dice lentamente: "veamos la cara del triunfador, quítese la horrorosa máscara". Y unas pinzas suaves tiran, tiran poderosamente de la desnuda nariz del Tío Pedro. Sudoroso, helado, el Tío Pedro sabe que es inútil, que nadie podrá arrancarle jamás la horrorosa máscara.
Editorial Letras Cubanas, 1995.
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