El peligroso desenfreno de la prensa en EEUU

15 de noviembre de 2020 - 17:11  - Por Leonardo Morales

Desde hace más de 14 años asistimos al gran desatino de los principales medios de comunicación en EEUU en sus estrategias editoriales

“Este será un invierno muy oscuro para los estadounidenses”, ha reiterado el candidato demócrata a la presidencia Joe Biden.

Los medios de prensa y los magnates de las redes sociales han sumido en la oscuridad a cientos de millones de personas en el mundo.

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El innegable rechazo de la mayoría de la llamada gran prensa estadounidense al presidente Donald Trump, en su coqueteo con el globalismo y un posible nuevo orden mundial, han convertido a los practicantes de esa tendencia en la representación de una tiránica postura contra la libre información, la libre expresión y la ética del oficio, que debería permanecer distante de afiliaciones políticas, responder a la verdad y no a determinada tendencia.

Desde hace más de 14 años asistimos a una corriente de desatino de la mayoría de los medios de comunicación en EEUU, que se unen a campañas de desinformación y un férreo control desde las principales fuentes: agencias de noticias, televisión tradicional, radiodifusión (quizás la menos penetrada), buscadores digitales y redes sociales, periódicos y otras fuentes.

¿A dónde fue a parar la imparcialidad?

La prensa, que desde hace cuatro años alimenta el odio contra la figura del Presidente de la nación, ajena abiertamente a la imparcialidad y portadora de una política editorial de acatamiento y complicidad con el radicalismo de izquierda, ha “secuestrado”, desorientado y sitiado a millones de personas ávidas de información, tras las elecciones presidenciales del 3 de noviembre. No sólo los han cercado, los han ultrajado al más inimaginable estilo antidemocrático en un sistema democrático.

Se han atribuido, con desafiante arrogancia, el derecho a declarar como Presidente electo a Joe Biden, una decisión que solamente puede hacer por la Constitución el Colegio Electoral, tras una certificación oficial de cada estado de la nación, un proceso que hasta el momento no ha concluido.

Hoy, millones de estadounidenses conservadores y amantes de los valores antidinásticos conviven en un limbo informativo, censurados y aplastados por votar democráticamente por el presidente Donald Trump para un segundo mandato, por querer un país con ese tradicional respeto a lo disímil. ¿Es esta conducta una señal de democracia? ¿Es esto libertad de prensa? ¿Acaso la prensa está por encima de la Ley en EEUU? El tema ya dejó de ser preocupante; es espeluznante.

En el Capitolio de Estados Unidos al fondo, simpatizantes del presidente Donald Trump protestan el sábado 14 de noviembre de 2020, en la Plaza Freedom de Washington, D.C.

La crisis económica impacta la objetividad

En tiempos de globalismo y control, millones de estadounidenses en medio de la incertidumbre y el hambre de conocimiento acuden a medios alternativos de información, limitados por sus recursos y fuentes, pero con apego y convencimiento de que el camino certero sigue siendo la verdad. Sin embargo, funcionan como pequeños asteroides en una galaxia contaminada de oscuros intereses.

Con la administración de Barack Obama y la guerra mediática contra Trump, se revela sin muchas dudas la estrategia de una prensa convencional en crisis que claudica ante la necesidad de supervivencia y ganancias económicas.

Ahora, los grandes proveedores de financiamiento como Google, Facebook, Twitter cumplen una nueva misión: dictar lo que se publica, lo que para ellos es la verdad y dominar desde su óptica global los principales medios de comunicación en EEUU y en muchas partes del mundo, similar a lo ocurrido con las principales economías en el planeta, supeditadas al conglomerado fabril del régimen comunista de China, proveedor de más del 30% de las materias primas que utiliza el sistema industrial del planeta y que le ha permitido ganar terreno en sus intenciones de estatus hegemónico.

La estrategia no es la colaboración pacífica, económica y de marcada buena voluntad mundial –un cuento vendido en las últimas tres décadas- sino crear dependencias para que la salida de una nación de ese entorno de control estructurado mediante el dominio de la tecnología -directamente proporcional al desarrollo- no pueda ser fácil y mucho menos rápido. Esto le ofrece al régimen el tiempo suficiente para operar. Esta es la razón por la que cada vez más China busca pactos multilaterales e internacionales y, por supuesto, esta influencia llegó desde hace varios años a la prensa estadounidense.

El antiglobalismo le ha costado a Trump

La mayoría de los medios en EEUU en estos momentos no defienden la autonomía ni el poder de EEUU, opuestos a eso aclaman una sutil injerencia de China acoplada a Norteamérica. Al punto de hacer olvidar la responsabilidad del régimen asiático en la peor pandemia en 100 años y culpar a la administración Trump de las muertes y desestabilización de la economía. ¿Habrá sido una pandemia planificada para boicotear la presidencia de Trump? Ya cualquier hipótesis es pensable, en particular cuando ha sido Trump el principal escollo y guerrero contra el globalismo y los intereses multimillonarios, estrechamente relacionados con China y partidarios de que ese nexo sea cada aún mayor. El proteccionismo y nacionalismo de Trump hizo “sangrar” a muchos. Jamás lo perdonarán.

Penetración ideológica y sus efectos

Gran parte de la prensa estadounidense se ha acoplado a esa gran ecuación dirigida desde el exterior. Los nefastos efectos de décadas de penetración ideológica en universidades e institutos de enseñanza superior. Politólogos coinciden en que el sistema educativo norteamericano ha sido resquebrajado mediante una planificación a largo plazo de los principales enemigos de EEUU. Hoy, los que fueron víctimas de ese silencioso adoctrinamiento, dirigen grandes empresas, instituciones estatales y federales, organizaciones y se encuentran en posiciones clave de las estructuras de funcionamiento de la nación más poderosa del mundo. Son profesores universitarios, de enseñanza media y primaria, dirigen centros comunitarios y escalan puestos en alcaldías, legislaturas estatales, gobernaciones y en el Congreso federal. El engendro marxista se ha diseminado.

La crisis actual de descrédito y de finanzas de la prensa norteamericana no terminará sin la necesidad de plegarse a los gigantes de la información universal, el poder financiero ahora está en sus manos, no en cambios estructurales en los medios convencionales. No cabe dudas de que este ha sido el escape de los grandes medios estadounidenses para lograr su supervivencia, tras años de drásticas reducciones en sus ingresos y despidos masivos en las principales cadenas y periódicos como CNN, The New York Times, The Washington Post, CBS, NBC, Univisión y muchos otros. Hasta Fox News comprendió la oscura realidad, el último bastión tradicional conservador en claudicar frente al poder irreverente del globalismo, decidido a cambiar la historia e identidad de cada nación y así cercenar desde su interior todas sus bases ideológicas, de pensamiento y sus libertades individuales, típico de los regímenes comunistas contra el desarrollo del capitalismo occidental. A un lado, en el desaparo informativo los patriotas de Trump quedaron con apenas dos canales entre decenas en la gran prensa, NewsMax y OAN (One America News Network).

Los medios y los Presidentes de EEUU

En los años 1940, Franklin Roosevelt se apoyó en la radio; en los 1960, John F. Kennedy aprovechó las bondades de la televisión; en el 2008 Barack Obama descifró el surgimiento de las redes sociales y en el 2016 la televisión por pago revivió con el triunfo de Donald Trump.

Cada candidato presidencial en EEUU ha utilizado los medios para sus propósitos según la época y la ventaja de que su imagen sea apuntalada por el claro respaldo a un político. Siempre ha ocurrido así, unos a favor y otros en contra: Democracia. Pero esta vez, no ocurrió lo mismo. La manipulación de tendencias de opinión, fabricar el caos y la incertidumbre han sido alimento de la prensa para desestabilizar el gobierno actual en Washington.

Ante la vista perpleja de millones de estadounidenses, miles de extremistas, anarquistas dispuestos a revertir el sistema estadounidense, en estados dominados por el Partido Demócrata, vandalizaron, saquearon mercados y negocios, asesinaron a dueños de propiedades y arremetieron con sobrada violencia contra personas que se oponían a sus actos. Algunos medios, prefirieron calificarlos de “manifestantes pacíficos", indignados por el presunto racismo sistémico, otro de los términos utilizados para exacerbar los ánimos de los violentos y confundir a los poco informados. El objetivo: reavivar la división en el país ante los comicios presidenciales.

El exmandatario Barack Obama se refirió a las revueltas como “protestas necesarias”. En una carta a Joe Biden la cofundadora del movimiento radical marxista Black Lives Matter, Patrisse Cullors, le pregunta qué hará por el movimiento cuando supuestamente llegue a la Presidencia. Al parecer, el pase de cuentas por el caos y la destrucción para caldear el ambiente nacional llegó más pronto de lo que imaginó el anunciado virtual Presidente.

Patrisse Cullors-cofundadora de Black Lives Matter.

Captura de pantalla/Youtube/The Real News Network (TRNN), Jared Ball

Los medios en su mayoría -al servicio del mejor postor y ahogados también por la pandemia- se desbocaron hacia los más de 3.000 millones de dólares obtenidos para diversas campañas demócratas por ActBlue, la mayor entidad recaudadora de ese partido.

Enfrentado desde el primer día al despecho de la prensa, Trump afianzó su defensa y denunció la fatídica inclinación de los medios a la globalización y no a leyes internas que frenaran la inmigración ilegal, el derecho a portar armas, a lograr la independencia energética, a develar las injusticias en el sistema penal donde inocentes cumplían prisión por delitos falsamente investigados (entre ellos muchos afroamericanos); a reforzar la seguridad del país no únicamente con un muro fronterizo creado por Bill Clinton, sino la seguridad en general con la aprobación de mayores fondos y nuevos planes; a ayudar a la comunidad afroamericana con presupuestos a largo plazo; a traer de vuelta cientos de grandes compañías asentadas en China y a crear empleos (en los primeros tres años de Trump se crearon 6,6 millones de puestos de trabajo) y acuerdos internacionales beneficiosos para EEUU.

El "Estado Profundo"

En el centro de la peor pandemia en la era moderna, la actual administración en la Casa Blanca no solo mantuvo en pie la economía, sino que la hizo crecer contra cualquier pronóstico. La lista es extensa en sus cuatro años de gobierno, pero opuesta de manera frontal a los que ya algunos conocemos como el “Estado Profundo”.

El denominado “Estado Profundo” es un supuesto poder fáctico de empleados del gobierno, cuya permanencia en sus cargos va más allá de los cambios de mando presidencial.

"El término de 'Estado profundo' implica que hay gente secretamente en algún lugar, fuera de la mirada pública, escondida de la burocracia, tirando de las cuerdas y manipulando cosas", dijo a BBC Mundo Gordon Adams, un profesor emérito de la American University y experto en política de defensa y seguridad nacional.

Trump sabía que la mayoría de los medios de prensa estarían contra él, suponemos que también haya pensado en las encuestadoras y avizoraba la preparación del campo para una “trampa” o confabulación masiva; la anunció para ver si se retractaban, pero -al parecer- no sucedió tampoco. Con testigos y pruebas en tiempo real filtradas por plataformas alternativas y anunciadas por su principal abogado, Rudy Giuliani, el Presidente se encuentra en otra de sus guerras: litigios legales y demandas en cortes estatales y federales bajo el alegato del mayor fraude masivo en la historia del país.

“Un fantasma recorre el espinazo del partido demócrata. El de la izquierda “woke”, los ideólogos del excepcionalismo cultural, los enemigos de los anclajes demoliberales, los partidarios de las cancelaciones, las teorías posmodernistas y aquello que el gran profesor y experto en Shakespeare, Harold Bloom, autor de un libro que hoy sería excomulgado, “El canon occidental”, llamaba ideología del resentimiento”, así definía el periódico español La Razón la esencia ahora de una izquierda penetrada hasta el tuétano por los extremistas del socialismo.

En el artículo titulado: Joe Biden entre los cachorros de la izquierda radical, el periódico agrega “Desde luego Donald Trump lo tiene claro: si Joe Biden gana las elecciones, y dada su provecta edad y su bien conocida aversión al conflicto, terminará por ser manipulado por estos hijos políticos e ideológicos del post-estructuralismo, herederos conscientes o inconscientes de los filósofos franceses que hicieron furor en los campus universitarios estadounidenses y que poco a poco infectaron y colonizaron los consejos de administración de las grandes empresas, los principales medios de comunicación y del ala izquierda del Partido Demócrata. Una formación que en Bernie Sanders tuvo al último dinosaurio de estirpe claramente socialista y en Biden, al representante de los demócratas bostonianos, hijos de Kennedy, nietos del New Deal”.

Opal Tometi, cofundadora de Black Lives Matter, vestida de negro aparece abrazada con el dictador Nicolás Maduro. Tometi participó como observadora electoral en Venezuela en las elecciones de 2015.

Foto publicada por el régimen de Venezuela

Verdaderos demócratas en un cerco

A merced del mismo cerco en que se encuentran los demócratas dignos, decentes y honorables que aún creen en la sana voluntad y nobleza de un nuevo Partido Demócrata con similares valores a anteriores décadas de diferencias pero de armonía nacional, se encuentran millones de estadounidenses que no esperaron sentirse aturdidos y desinformados en el país con las mayores fuentes de información del mundo; acorralados por una prensa que ahora impugna la diversidad de opiniones y que atenta peligrosamente contra la estatidad y los valores democráticos de EEUU

La imposición de los medios de prensa que están en contubernio con grandes fuentes de información nacionales e internacionales y el control de buscadores cibernéticos y redes sociales nos han regalado el invierno más oscuro para la democracia estadounidense.


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